De pronto, recordé un momento así en mi niñez, yo aún no tenía 10 años pero no sé porque razón mi papá y mi tío me llevaban en el auto de noche con rumbo a Lunahuaná.
Recuerdo claramente que yo iba detrás viendo todo por la ventana y así extasiada observaba una a una las estrellas.
Llegó un momento en el que se detuvieron y mi tío bajó y tocó una puerta, mientras tanto yo me había recostado detrás observando aquellas estrellas por la ventana.
Mi papá se acercó y viéndome así embelesada el firmamento me preguntó:
-¿Cuántas estrellas hay?
Yo con toda la ingenuidad del momento empecé a contarlas y le dije sin dudar:
-Hay 50
-Ah, ¿estás segura hijita?
-Si.
-Tienes que salir por la ventana para que veas si lo que viste es todo
Al incorporarme mi asombro me dejó perpleja.
-¡Papá hay muchas más!-exclamé.
-¿Ves como no solo son 50?
La verdad quería volver a contar y no sabía por dónde empezar y cuando me di cuenta aparecían de pronto más brillantes en aquel cielo oscuro, casi negro o más bien de un azul muy oscuro.
Me volví a recostar y solo atiné a observar lo brillantes que estaban aquella noche, si, tan brillantes como lo son mis ojos cuando observan lo más hermoso del universo.
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