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  • Foto del escritorpayslusa

In memorian

Las escaleras rechinaban con cada paso que dábamos hacia el segundo piso, la luz amarillenta le daba un aspecto gótico a aquel lugar y una vez paradas en aquella puerta de madera terminando el pasillo otra luz amarillenta se asomaba detrás de ella.

Una señora de aspecto poco atractivo nos invitó a ingresar en aquella habitación y una vez dentro un señor con poco cabello pero muy serio nos daba la bienvenida.

-¡Buenas noches, por favor siéntense!

Las paredes eran de un tono mostaza quien al reflejo de la luz creaban ese mismo matiz.

De pronto, mis ojos se quedaron clavados en una figura en particular, era una calavera sentada sujetando en brazos a una mujer completamente desnuda desmayada en sus brazos (la figura de la foto no es la que yo vi pero al menos da una idea)

Esta representación gráfica estaba hecha de un material parecido a la porcelana y era una de las decoraciones de su mesa de trabajo y a juzgar por lo que ví y aún recuerdo mediría un aproximado de 18 a 20 cms. de altura.

A mis 5 años observar algo así me dejó pensando y a lo mejor por eso también me gusten los desnudos y por otro lado la calavera me hizo ver a la muerte como algo natural que lejos de temer está muy cerca de nosotros.

El doctor preguntó por mi nombre y edad a mi madre y ella empezó a decirle además de ello las molestias que había tenido, luego de eso se levantó y mirándome se acercó a uscultarme, me levantó mi chompita y puso aquel aparato frío (estetoscopio) en mi pecho.

¡-Auchhh!- grité

Ante aquella reacción el doctor dejó de revisarme y mi madre...

-¡Patty que va a decir el doctor, no grites!

-¡Está frío mamá!-

El doctor me preguntó si tosia mucho y si me dolía mi garganta, a lo que respondí que si.

El doctor volvió a su mesa y se puso a escribir algo en un papel blanco, luego de eso le dijo a mi mamá que lo recetado me los diera en las horas ya detalladas.

Después de ello el doctor se despedía con una sonrisa amable y deseándome mi pronta recuperación.

Acudi al doctor sólo en ocasiones reiteradas por cuestiones de emergencia y no conocí a otro doctor después de él, bueno al menos con la confianza que me tenía y viceversa.

En las siguientes ocasiones que acudí en su ayuda no podía evitar decir disparate y medio pues algo inherente en mi es forjar dentro de cualquier vínculo, la diversión.

A diferencia de cuando me auscultó la primera vez las siguientes me producía mucha gracia haciéndome reír sin detenerme y ya se pueden imaginar la cara de mi mamá por no tomar las cosas en serio.

Yo me imagino que por un lado estaba súper nerviosa y la única forma de contrarrestar aquel hecho era riéndome.

Aquel doctor era super buena onda, bueno en el aspecto profesional claro, pero igual eso no hacía cambiar mi estado de ánimo a pesar de mi malestar, fuera el que fuera.

Cada vez que íbamos a consulta (las veces que lo hacíamos) no podía faltar la risa que llenaba aquella habitación e incluso se escuchaba dentro de aquella enorme casa.

Recuerdo que una vez se había incrustado una uña en mi dedo gordo y le dijo a mi madre que tendría que cauterizarme.

Una vez dada la fecha me recosté en una camilla y él procedería a la famosa cauterización.

Primero me echó un spray y luego conectó un aparato, después de eso lo prendió y lo puso en la herida, al principio no grité pero comencé a sentir un hormigueo y luego una sacudida y entonces alejaba mi pie de aquel aparato.

-¡Me está pasando electricidad!- le dije molesta.

-¡No duele, mira!- me dijo y se lo puso en la mano golpeando en él.

En ese momento yo ya no me quería reír pero lo que si le dije fué:

-¡Si es electricidad claro que duele, póngase en mi lugar para que vea!

No vi la cara de mi mamá pero ya sabía que estaba avergonzada y molesta al mismo tiempo.

Para aquel entonces yo ya tenía 17 años y el doctor me había visto crecer y sabía cómo era por lo que mi actitud no le extrañaba para nada.

El doctor dió un respiro y luego me dijo que ya faltaba poco para terminar por lo que yo sin pensar cruzé las piernas cuando tenía que tenerlas separadas.

Recordar esta parte me hace mucha gracia y no puedo parar de reír porque recuerdo bien que el doctor apagó aquel aparato, lo puso a un lado y me separó las piernas y creo que fué porque el pobre estaba perdiendo la paciencia.

Aquella vez el doctor sí que sufrió conmigo porque literalmente sudó pero logró su objetivo principal que era que estuviese mejor.

En otra ocasión cuando estuve mal del hígado me prohibió el consumo de ají y licor y yo pensando aún, le pregunté:

-¿Pero puedo tomar un poco de vino, sólo un poco?

El doctor hacia un gesto con su boca mirándome parecia que le hacía gracia la pregunta:

-Si quieres estar mejor lo debes evitar- me decía

-Y que tipo de ají no puedo comer: ¿el amarillo o el rocoto?

Para ese momento mi mamá me daba un codazo, aunque todas las veces que visitábamos al doctor me los daba.

Confieso que extraño a aquel doctor por la confianza y la increíble paciencia que me tuvo desde pequeñita y que sin duda recordaré toda mi vida.

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