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  • Foto del escritorpayslusa

El refugio

En la Av. Brasil exactamente en la cuadra 4 de la misma está ubicado este lugar del cual tengo una experiencia que sin duda marcó mi existencia e incluso no la di a conocer a nadie pues de algún modo da a conocer sin duda mi personalidad así como mis más profundos sentimientos.

No voy a negar bajo ninguna circunstancia que relatar esta experiencia me hace regresar a aquel momento vivido y aunque parezca mentira me lastima de algún modo y por esa misma razón no quise contarlo por las redes sociales.

Por aquel entonces contaba aún con 16 años y acababa de culminar mi época escolar lo que había creado una amistad con Nelly a quien conocí justamente en aquel colegio solo unos meses antes.

Eran los primeros días de Enero y Nelly me había dicho si podía acompañarla a un asilo que quedaba en Breña y como se trataba de un bien social mi madre no me negó la salida para quedarme por unas horas en aquel lugar.

Recuerdo bien esta entrada (de la foto) y adentrarme así escribiendo me hace regresar mágicamente a aquel instante.

Con jeans, polo blanco y coleta ingresamos, y antes de llegar a aquella puerta de madera una monja vestida de negro y blanco nos recibió.

-Buenos días hijas, uds. vienen de apoyo ¿verdad?

-Si, yo hablé ayer con Ud. - le respondió Nelly.

Mientras ingresábamos no pude evitar observar aquel pasadizo (que no se vé en esta foto) con varias puertas.

Todas estaban abiertas y yo miraba rápidamente el interior de cada una de ellas pero ¿Porque?

Nunca he contado que mi madre estuvo de niña en un convento a la edad de 10 años y ella ya me había contado como era estar allí.(aunque éste no era un convento pero tenía cierta similitud)

Mientras visualizaba el lugar se me venían a la mente las imágenes de lo que ella me había contado.

Terminando aquel pasadizo interior llegamos a un gran jardín y un camino con columnas.

A la derecha vi muchas señoras que no tenían menos de 80 años y todas absolutamente todas estaban en silla de ruedas vestidas con una bata blanca hasta los tobillos y usaban medias.

Me parecía un poco raro que todas no pudiesen caminar, pero después entendí el porqué.

Mientras llegábamos a uno de los salones, que indudablemente era el comedor Nelly le hacía una de aquellas preguntas que sacan de contexto (creo que a cualquiera)

-Digame, ¿como es que estos abuelitos llegaron aquí madre?

-Pues, a muchos de ellos los traen sus hijos, a otros los trae la policía porque deambulaban por la calle y no sabían cómo regresar a sus hogares y en otros casos simplemente los dejan en la puerta para recogerlos. Es lamentable que los hijos de estos abuelitos los abandonen cuando saben que tienen responsabilidades con sus padres y más en la vejez.

-¡Es una pena madre!-

Mientras seguíamos caminando volteé para mirar el otro lado del camino detrás mío y habian puros abuelitos, es entonces que al volverme nos topamos con una mujer mayor vestida con una gran túnica negra igual que nuestra anfitriona pero esta tenía un aire de autoridad, si, era la madre superiora.

Una vez frente a ella mi amiga Nelly la tomó de la mano y se la besó, yo en cambio la miré y solo la saludé a pesar de que en ese tiempo aún era católica y no sabía nada de otras religiones.

-¿Estas son las jovencitas que vienen a apoyar?

-Si madre, ellas son-

-Bien, pasen a aquel Salón para que conozcan a las abuelitas.

Una vez dentro las dulces abuelitas nos miraban por ser nuevas y no éramos las únicas pues otras jovencitas también apoyaban allí dentro.

Yo escuchaba hablar a un par de abuelitas pero no entendía muy bien lo que decían, pero lo que si me dí cuenta era que casi todas tenían un brillo especial en la mirada, si, era de tristeza, lo cual intentaban mitigar conversando y riendo con extrañas visitas como nosotras.

Nelly había desaparecido del escenario y la busqué con la mirada pero no la ubicaba, entonces dejé que las abuelitas siguieran conversando y me alejé a la primera habitación cercana.

Nelly estaba detrás de una cortina y allí había una cama con una abuelita en ella que sonreía mirando a mi amiga, incluso me pareció (y no lo dudo) que su compañía le brindaba la paz y el cariño que necesitaba.

En cuestión de minutos sonó una campana y yo me preguntaba que era eso, pero la abuelita al ver mi extrañeza dijo que era la hora del almuerzo.

Todas almorzaban en sus propias sillas de ruedas ya que tenían una especie de mesita acondicionada en la misma por lo que solo le ponían el plato y su respectivo cubierto, además de una gran servilleta que se lo ponían en el cuello y caía por su pecho.

Habían preparado aquel día tallarines rojos (que paradójicamente almorcé hoy) en plato lleno (ni yo como así) y lo comían increíblemente TODO.

Una vez terminado los alimentos varias mujeres recogían los platos que dejábamos en una mesa grande.

Era inevitable no salir manchada de allí dado que tenía un polo blanco y eso que yo no comí aquello.

Después de un rato de continuar en aquel salón salí con una de ellas por el jardín a pasear y dado un tiempo me pidió que la llevase al baño.

La abuelita si podía caminar, pues una vez en la puerta del baño se levantó y entró, por lo que me dí con la sorpresa que aquella bata no tenía tela por la parte de atrás de la cintura para abajo y no llevaban ropa interior.

Cuando aquella mujer ingresó al baño vi que la silla de ruedas tenía un agujero en la sentadera y todo lo que orinaban caía en un recipiente adherido a la silla que se extraía a ratos lógicamente por el mal olor.

Después que la abuelita salió, eché lo que contenía aquel recipiente al water y lo volví a poner en su sitio, en realidad para mí esa fué la primera vez que hacía algo así.

Las abuelitas tienen muchas experiencias pero lo malo, si es que puedo decirlo así es que se les viene a la memoria de como llegaron allí y entonces sus rostros se llenan de tristeza y muchas de ellas empiezan a llorar.

Hubo un momento en que las abuelitas estaban en el gran jardín tomando el aire antes de entrar a sus habitaciones y yo aproveché el momento para lavarme las manos.

Cerrando el caño oí un ruido proveniente de una de las grandes habitaciones y me acerqué muy despacio, pero desde aquel lugar en donde me encontraba veía puras camas vacías.

Iba a regresar al jardín cuando volví a oír el ruido y es entonces que decidí ir hasta la misma puerta de aquella habitación.

Al estar parada prácticamente en la puerta vi 3 monjas, una de ellas sentada en un banca y otra sosteniendo un recipiente.

Me acerqué más y vi que salía humo de aquel recipiente y la monja tenía un trapo humedecido y humeante que ponía en algún lugar.

Al estar en la escena completa noté que aquel trapo con agua caliente la ponía en el pie de una abuelita que gemía de dolor pues su pie o mejor dicho su talón estaba carcomido, es decir tenía medio talón y allí la monja le ponía aquel trapo caliente.

Sentí el dolor de aquella abuelita como si fuese el mío por lo que no pude evitar preguntar asustada:

-¡¿Que están haciendo?!

Aquellas monjas se me quedaron viendo y una de ellas me dijo que estaban curándole el pie a aquella abuelita.

Mi mente no podía aceptar aquella respuesta:

-¡¿Con agua hirviendo?!- pregunté

Aquella mujer se había levantado rápidamente de aquella banca y me preguntó que quién era yo.

No le respondí, pues era obvio que no le gustaba mi presencia, pero si le dije:

-Digame una cosa, ¿si Ud estuviera en la misma situación aceptaría que le hicieran lo mismo?-Me parecía aberrante la injusticia o lo que fuera que se estaba cometiendo en aquel instante por lo que aquella mujer dejó de "curar" a la abuelita.

Me acerqué a aquella anciana indefensa y supuse que cualquiera de sus hijos la hubiese abandonado a su suerte, le acaricié los cabellos blancos y otra de aquellas mujeres de negro se acercó con un vaso de plástico llenó de arroz con leche.

En ocasiones no entiendo al género humano: ¿porque esas ganas de hacer sufrir a otros o es que acaso no entienden lo que dice la Biblia en cuanto a ser medidos con la vara que midan?

Era extraño pero esta otra mujer extrajo parte del arroz con leche con la cucharita y al llevárselo a la boca de aquella anciana lo introdujo a la fuerza.

-¡Nooo!- grité- ¡yo se lo daré!

La mujer se fué molesta y mientras se iba me dijo que se lo comiera todo.

Me volví a ver el rostro de aquella abuelita e intenté darle que comer pero ella no abría su boca, entonces le supliqué:

-¡Por favor, coma un poquito!

Entonces le ofrecí nuevamente una porción y lo comió, y así la segunda y luego la tercera, pero la cuarta ya no la quiso y no le insistí.

Sentada a su lado la acompañé un momento pues faltaba poco para que las demás abuelitas hicieran su ingreso.

De pronto, aquella mamita me dijo:

¡Me pica la espalda!

Puse cara de extrañeza pues me parecía raro que ella misma no lo hiciera, pero después me dije a mi misma que a lo mejor no podría hacerlo ella misma a su edad.

De todos modos algo raro me pareció que estaba ocurriendo pues en ningún momento vi sus manos por lo que decidí destaparla un poco para vérselas.

Juro que por un momento creí que no tendría brazos pero lo que ví fué peor, estaba amarrada a la cama.

Mi cara de sorpresa no la pude evitar y aquella abuelita se dió cuenta por lo que se me quedó mirando y una lágrima cayó por su mejilla.

No pasó mucho tiempo y las abuelitas comenzaron a hacer su ingreso a aquella habitación y una de las monjas hizo su aparición junto a mi amiga explicándole mi reacción ante lo ocurrido minutos antes.

Sinceramente creo que el dolor más grande que uno puede experimentar es ver sufrir a otros y sin duda estas monjas tuvieron que haber aprendido la lección en algún momento en sus vidas.

Las personas vulnerables, en este caso los ancianos merecen nuestra atención, respeto y cariño ya que por lo general se suele actuar con indiferencia ante las canas o los años viejos pero si de verdad se tiene un poquito de compasión créanme que no solo harán una buena acción sino también tendrán quiénes lo practiquen abundantes bendiciones.






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